domingo, 16 de diciembre de 2007

Desayuno Especial

Hay culturas que consideran el desayuno como una de las principales comidas del día. Después de casi ocho horas de descanso, es normal levantarse con ganas de comer.

Lo normal era un desayuno preparado por mi madre. Rico, sencillo, rápido, habitual. Entre que nos duchábamos, cogíamos los libros para ir a clase, discutíamos un poco, como buen@s herman@s, hacíamos enfadar un pisco a mi madre, mientras intentaba que además de desayunar, nos vistiéramos, que no se nos hiciera tarde.

Algunos días el desayuno era diferente. Siempre en Festivos. Siempre de madrugada. Siempre sabroso.

Habían días que antes de que saliera el Sol, antes de lo que teníamos previsto, nos llamaba, nos despertaba, y a base de insistir, conseguía que nos levantáramos, y que sin lavarnos apenas la cara, sin quitarnos las legañas, nos dirigíamos a la cocina.

Esos días, el desayuno era sencillo, con cariño, sabroso.
Esos días, que en vez de desayunar y salir, mi padre se quedaba un poco más en casa, se quedaba en la cocina, y preparaba un par de platos de papas fritas. Si, papas fritas de las de antes, las de todas la vida, recién peladas y cortadas, recién fritas, todavía 'quemando', con un poquito de sal (gorda).

El complemento inicial para esas papas fritas en el desayuno, era una taza de café con leche, bien calentito, cargado de café, con un 'cacho' de pan en la mano, "Una papa frita, para no quemarme un bocado al pan, y para no atragantarme, trago de café con leche", y así, una y otra vez.

Esa mezcla de sabores, de las papas fritas, con el pan calentito, con el sabor del café con leche, todavía lo tengo presente. Pocas veces he vuelto a desayunar de esa forma. Pero es algo que estoy en vías de solucionar.

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